Estela Capilla I (Fotografía: Vicente Novillo)
Estela de guerrero de El Viso IV (Foto del Catálogo del MAPBA)
La dispersión geográfica del fenómeno de las estelas podemos concretarla en seis zonas, las cuatro primeras bien definidas y las dos últimas más inconcretas: I, Sierra de Gata; II, valle del Tajo y sierra de Montánchez; III, valles del Guadiana y Zújar; IV, valle del Guadalquivir; V, sur de Portugal; y, VI, del valle del Ebro y el sureste de Francia. Tras el análisis de las estelas aparecidas en cada una de ellas comprobaremos que es muy atractiva la teoría de una evolución de los elementos representados y sus composiciones siguiendo una dirección Norte-Sur.
En la zona I de la Sierra de Gata todas las estelas tienen una estructura básica de escudo-lanza-espada, siendo el escudo el que centra la composición disponiéndose la lanza encima de él y la espada debajo. De esa estructura se llega a considerar que la losa representa al guerrero con sus armas y la función de estas losas casi rectangulares, no preparadas en su parte inferior para ser hincadas en tierra como las estelas, irían sobre enterramientos de inhumación en cistas.
En la zona II del valle del Tajo y la sierra de Montánchez continúan las estelas básicas (escudo, lanza, espada), pero comienza la aparición de otros elementos (espejos, peines, fíbulas, arcos, carros) que no alteran la composición de la zona I; es más, los objetos que se incorporan se graban en la posición que ocuparían en la realidad (cascos y fíbulas encima del escudo, espejos y peines en las zonas superiores y los carros en la parte inferior) como si la losa continuase siendo la imagen del propio guerrero. También aparece en esta zona la figura del guerrero pero sin alterar básicamente la disposición de las armas. No obstante, se aprecian excepciones compositivas como los cascos de cuernos o el escudo supeditado a la mano izquierda del guerrero que nos acercan a las composiciones de la zona III.
Las zona III (valles del Guadiana y Zújar) y zona IV (valle del Guadalquivir) presentan una clara evolución por cuanto las espadas y lanzas abandonan la posición horizontal y se representan en una posición más lógica y natural para su uso: lanzas verticales próximas a la mano derecha del guerrero, espada en ese mismo lado o al cinto y el escudo que tiende a supeditarse a la figura humana junto a la mano izquierda. No obstante, las estelas de estas zonas meridionales y más próximas al núcleo tartésico, donde curiosamente no se han producido hallazgos de estelas decoradas, tienen características homogéneas pero también se muestran casos de gran esquematismo en las representaciones1 frente a otras más complejas desde el punto de vista iconográfico, y, por tanto, de los rituales que se supone quieren mostrar. Otra cuestión sobre la que es pertinente insistir es en el cambio que se aprecia en los escudos. Perviven los de escotadura en V y aparecen otros sin ella e, incluso, con un sólo círculo como es el caso de la de Castuera junto al embalse del Zújar2 e, incluso, disminuyen las armas y aumentan los objetos de prestigio.
No queremos terminar este apartado sin incidir en el paralelismo básico que puede observarse en la evolución de las estelas más septentrionales del suroeste peninsular a las más próximas al núcleo tartésico en relación a los ritos funerarios que podrían señalar: las estelas básicas eran más rectangulares y sus grabados se centraban de modo equidistante a los extremos, lo que induce pensar en inhumaciones, mientras que las más complejas muestran el tercio inferior exento de representaciones, para ser hincada en tierra, y la aparición de la figura humana podría identificarse con incineraciones que se marcarían de ese modo. Pero, como no existe unanimidad en la significación de estos monumentos del Bronce Final, no dejaremos de indicar las teorías sobre señalización de vías o caminos, control de puertos y vados, en definitiva de territorios, comercio de minerales y objetos de lujo (Galán, 1993).
1 Por citar un único ejemplo, es el caso de la estela de Cogolludo, Navalvillar de Pela, descubierta por nosotros y publicada por Enríquez (1983), en la que el escudo centra la parte superior con lanza horizontal sobre él e introduce la espada al cinto sin otras representaciones de objetos, aunque no hemos de olvidar que está fracturada en su parte inferior y, por tanto, desconocemos si existieron realmente.
2 Ya hemos explicado el error de localización de la denominada, hasta ahora, estela de Esparragosa de Lares
Cándido González Ledesma 2007